La comunicación verbal tiene como instrumento un diminuto miembro de nuestro cuerpo: La lengua. El uso de hacemos de ella es tema frecuente en la Biblia, especialmente en el libro de Proverbios. En el Nuevo Testamento, el apóstol Santiago dedica unos párrafos muy profundos al tema de la lengua. A quien tiene la facultad de dominar su lengua, Santiago le atribuye un alto grado de madurez y un estilo de vida sumamente disciplinado al considerar que dicha persona es capaz de dominar todos sus demás impulsos y apetitos.
Santiago también compara los efectos del mal uso de la lengua con una embarcación mal dirigida, con el veneno de una serpiente y con un incendio forestal, que se inicia apenas con una chispa. Todos sabemos las dramáticas consecuencias que ambas cosas pueden llegar a tener. Asimismo un chisme, una ofensa, una mentira o una expresión sarcástica.
En proverbios la Biblia dice que hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada, y que la palabra áspera hace subir el furor. En contraste, hay hombres cuyas palabras son medicina, y cuyas palabras aplacan la ira, concilian y reconcilian.
El apóstol Pablo nos exhorta a que “ninguna palabra corrompida salga de nuestra boca, sino las que sean necesarias para edificar y dar gracia a los oyentes. La lengua no funciona por sí misma. Sino que está controlada completamente por la mente. Responde a impulsos del pensamiento. Muchas veces tratamos de controlarla sin cambiar de actitud. Esto no funciona por mucho tiempo. La respuesta es la renovación de la mente, apegándonos a Cristo por el poder del Espíritu Santo.
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