(LECTURAS DEL GÉNESIS IV)
El padre de la fe. Así se
le conoce hoy, y no es para menos. En la narración de la vida de Abraham en la
Biblia, hallamos capítulos apasionantes, pero ninguno como aquel en que, cuando
su vida parecía estar en la plenitud de la realización, recibe un nuevo reto de
parte del Dios verdadero: “Abraham, toma a tu hijo único, al que amas y
ofrécelo en sacrificio en el lugar que te indicaré.” Estremecedora petición que
dejaría en shock a cualquier simple mortal, y
que provoca reacciones de perplejidad y cuestionantes respecto a qué
cosas es Dios capaz de solicitarnos, qué
retos podemos enfrentar en el camino de
la fe, y por qué razones debe ser probada dicha fe.
El registro Bíblico
(Génesis 22) afirma que en ese momento Dios iba a probar la fe de Abraham. Pero
¿Quién necesita saber hasta qué punto era firme la fe de aquel hombre? Si
tomamos en cuenta la omnisciencia de Dios, debemos concluir en que es Abraham
quien necesitaba estar consciente de su nivel de conocimiento, confianza y
dependencia de Dios por encima de todo. En ese orden, el propósito de las
pruebas en la vida del creyente siempre tiene que ver con fortalecerla fe,
crecer en nuestra relación con el Padre y glorificar a Dios.
Los planes que Dios había pactado con Abraham
eran muy trascendentes y desde luego,
todo cuanto ocurriera en su vida afectaría el cumplimiento de aquellas promesas
de la que era beneficiario. Su descendencia
en Isaac se multiplicaría “como la arena del mar, o las estrellas del
firmamento”, hipérbole que implicaba que incontables seres humanos a lo largo
de la historia serían parte del plan redentor de Dios por la fe.
Pero ahora Abraham, con
diligencia, obediencia absoluta, con una seguridad inquebrantable, va camino al
monte donde deberá cumplir con hacer un ¡sacrificio humano! Tal vez esta práctica
fuera común en pueblos paganos donde imperaba la barbarie, pero esa no es
práctica atribuible en forma alguna al pueblo del Dios Creador. Referencias Bíblicas en otros
textos de la Biblia completan la información de cómo en la mente de Abraham
estaba la seguridad de que si Dios pidió esto, de alguna forma, Isaac sería
librado, aun fuere por medio de la resurrección. Tenía la convicción de que
subiría al monte, adoraría y regresaría a casa con su amado, único hijo.
Y así fue, no sin antes
ver llegar “la hora de la verdad”, cuando el ángel le impide consumar el
sacrificio y le reitera las recompensas de su obediencia, de su fe y su temor
de Dios.
Hoy muchos de nosotros, no nos querríamos ver en los zapatos
de Abraham, porque tal vez, ante un pedido de sacrificio de parte de Dios (aun
fuere simbólico), tengamos muchas cosas y personas que no estemos dispuestos a
ofrecer delante del altar para honrar a Dios dándole el primer lugar en
nuestras vidas. Tal vez, se trata de áreas reservadas a las que Dios no tiene nuestro
permiso de acceder, cosas o personas a las que no queremos renunciar aunque que
nuestra conciencia nos alerta que debemos… Así, hay niveles de relación e
intimidad con Dios que nunca vamos a conocer. Así, hay recompensas y promesas
de Dios que nos vamos a perder. Y Abraham seguirá pareciendo mítico, irreal e
inimitable.
Posdata:
Con todo
y escalofriante que nos parezca, alguien entregó a su único hijo en sacrificio.
Dios lo hizo. ¿O no es esa la historia de Jesús?