(LECTURAS
DEL GENESIS III).
Mi primera visita a los Estados
Unidos me llevó a la cautivante ciudad
de Las Vegas. Fui a una convención de radiodifusores que anualmente se realiza
en un enorme centro de convenciones y por coincidencia, al ser Semana Santa, tuve la oportunidad de asistir a dos
actividades en una iglesia cristiana local. (Sí, hay iglesias de verdad allí, y
no solo las capillas para bodas al vapor).
A pesar
de que se puede ver y hacer muchas cosas sanas en Las Vegas, es un ambiente
inusual para uno, si se toma en cuenta la reputación que la misma tiene: Los estadounidenses
la llaman “La ciudad del Pecado” y además es famoso el dicho “Lo que se hace en Las Vegas, se queda en Las
Vegas”, aludiendo a la tolerancia y permisividad con que allí se da rienda
suelta a los apetitos más bajos que pueden acompañar a un ser humano: ambición,
avaricia, adicciones y promiscuidad.
Pero hubo una ciudad en tiempos
antiguos que, de acuerdo a las crónicas bíblicas, me parece que supera con
creces a esta luminosa ciudad contemporánea: Sodoma.
Es una historia difícil de
citar sin experimentar un poco el malestar de exponer cuán grave puede llegar a
ser la ofensa de los hombres a su creador. Lot, personaje Bíblico sobrino de
Abraham, al separarse de su tío empieza a mirar las luces y la prosperidad de Sodoma, y establece allí su
residencia, tal vez con la intención de continuar prosperado en sus negocios.
Es legítimo tener ambiciones en la vida, siempre que éstas sean altruistas y no
impliquen que tengamos que negociar nuestros principios.
Con el tiempo, el inminente juicio de Dios
contra Sodoma, a causa de su soberbia, de su indiferencia social y su depravación,
ponen en juego la vida de la única familia que parecía haber conservado algo de
dignidad… pero aun en medio de un rescate de emergencia, Lot y su familia vacilan,
dudan, se retrasan y deben ser urgidos a alejarse rápidamente, sin mirar atrás.
Pero, cuando a punto de ser libres del juicio inminente, un miembro de la
familia, la esposa de Lot, voltea a mirar, como en un impulso de devolverse a
lo que dejaba atrás, en una añoranza de las cosas materiales que no quería perder, las ráfagas del juicio
la alcanzan y queda la patética estatua de sal como un monumento a la duda y al
retroceso: ella había salido de Sodoma, pero Sodoma aun estaba dentro de su corazón.
Hoy nuestras ciudades se
corrompen y nos invitan a adaptarnos a nuevos tiempos en los que se pretende
que negociemos nuestros valores y principios. La Sodoma de ayer se multiplica hoy, y como
Lot, tenemos la opción de ser el freno moral que desacelere el tren de la depravación
y ser libres de condenación o simplemente adaptarnos a un esquema de vida que
tarde o temprano tendrá lamentables consecuencias.
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