"El poder tiende a corromper, y el
poder absoluto corrompe absolutamente".
Con esta frase de Lord Acton, tengo una reacción similar a la que me ocurre con
el tema del dinero. Unos entienden que el dinero corrompe, pero lo preciso es
afirmar que “la raíz de todos los males es el amor al
dinero”[i].
Por
tanto, tal vez no sea el poder lo que corrompe, sino la ambición de poder. Y si
el poder tiende a corromper, ha de ser a aquellos que ya tienen debilidades de
carácter.
Nos
asusta ver la sed de importancia y las dinámicas plagadas de diatribas que se
dan en las esferas en las que se compite por prevalecer: Luchas de poder en el
hogar, intrigas detrás de un premio, detrás de un campeonato deportivo, en medio de unas elecciones de la directiva de hasta la más simple
organización… y desde luego, la cumbre de las mieles del poder: gobernar un
país.
El
escenario político actual, sobre todo en el hemisferio en que prevalecen los
idiomas español y portugués (América
Latina) me tiene más que perpleja: cada país tiene sus particularidades, pero
el factor común es que presidentes, expresidentes e importantes ministros de
sus respectivos gobiernos están siendo objeto de acusaciones de graves
actos de corrupción. Otros, se
enfrascan en forzar cambios constitucionales que les favorezcan para mantenerse
en el poder, como si fuesen los únicos individuos capaces de gestionar la cosa
pública. Preclaros, iluminados, líderes endiosados… usted nómbrelos como crea.
Solo con sarcasmo puedo expresar que me
conmueve tanto desprendimiento, entrega y sacrificio que están dispuestos a
hacer esos personajes al tener tal disposición de continuar en labores tan
gravosas y extenuantes, a costa de sufrir desprecio de muchos. Raya con el
martirio.
Pero
ese interés de servir y continuar sirviendo, se ha traducido en innumerables
casos, en el uso de fines no santos para obtener y conservar el poder, dando
muchas veces al traste con el bienestar de una nación entera, persiguiendo y destruyendo adversarios de toda
forma posible, incluso matándolos, en la ceguera de imponer la voluntad de unos
pocos.
Pena
de la vida, es que quienes suelen hacerle frente a estos fenómenos, muchos de
los que denuncian, muchos de los que exigen cambios y transformaciones, muchas
veces ya han hecho lo mismo o peor, o simplemente, de tener la oportunidad, caerían
en las mismas acciones que hoy señalan.
Como
realmente, mis esperanzas de ver justicia, equidad e institucionalidad en nuestros
pueblos debajo del sol, levanto mis ojos al cielo y hago la oración que me
enseñó Jesús: “Venga tu Reino y hágase tu voluntad en la tierra, así come hace
en el cielo” [ii]
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