Querida Amiga e intercesora:
¡Mis cuatro hermosas nietas llenan mi corazón con una clase especial de amor que nunca supe que existiera! Anoche, una de ellas me susurró pequeños secretos desde su corazón. Su total confanza e inocencia tiraron de las cuerdas de mi corazón llevándome a alabar a Dios por tal regalo. En realidad, los hijos son un regalo de Dios.
¡Mis niñas fueron enseñadas tempranamente que Dios las ama y las atesora aún siendo tan pequeñitas! ¡Gracias a Dios ya han recibido al Rey Jesús en sus corazones y ellas saben que son Sus princesas! Cada niña de este mundo debería sentirse de ese modo. Cada niña nace con el inherente derecho a una niñez de inocencia y dignidad, precisamente porque ELLAS SON UN REGALO DE DIOS (Salmo 127). Son un regalo para ser querido y protegido.
Desafortunadamente, no muchos padres piensan de esa manera. Para millones de familias, las niñas no son regalos sino cargas; meras mercancías para ser compradas y vendidas, y cuanto antes mejor. Son dadas en matrimonios tempranos que son costumbres socialmente aceptadas y tradiciones tiránicas. ¡Estos matrimonios tempranos están también condonando o justifcando socialmente la pedoflia! Consecuentemente, sus cuerpos y almas permanecen dañados de por vida.
¡Muchos padres ven cualquier inversión en sus hijas como un desperdicio de recursos limitados! Iletradas y sin habilidades, sus chances de morir durante el embarazo y el trabajo de parto, son cinco veces más grande que el de una mujer en sus veinte años. Los bebés nacen antes de tiempo y demasiado pequeños, ambas son causas de muertes infantiles. ¡Es impensable que tales prácticas barbáricas estén vivas y se vean bien en el siglo 21!
A Dios le desagrada ver a Sus preciosas princesitas siendo estropeadas y descartadas como sucias y andrajosas muñecas al margen de nuestra sociedad. Sus corazones lloran y los nuestros también deberían.
¡Oh, podamos dolernos con Él! Proclamemos nuestra inconmovible fe que Dios traerá la justicia bíblica a millones de niñas-novias sufriendo indecibles dolores emocionales y físicos hoy. Yo daría mi vida por proteger a mis nietas de tal dolor, y oro para que otras madres y abuelas tengan el coraje y el valor de levantarse contra esta práctica cultural dañina y salven a sus pequeñas princesas también. Dios honrará la fe y el amor de ellas.
A veces me siento tentada a dudar de la efectividad de mis oraciones contra tan grande mal, pero recuerdo esto: “Soy sólo una, pero soy una. No puedo hacer todo, pero puedo hacer algo; y lo que debería hacer y puedo hacer, lo hago. ¡Yo oraré!
Creyendo lo imposible,
Marli Spieker
Fundadora/ Directora Ministerio Global
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