Esta foto de las ruinas del Ingenio Consuelo, tomada por mi sobrino Misael el día de Navidad, me transportó a esos días de infancia en que un ingenio (En mi caso el Ingenio Porvenir, en San Pedro de Macorís) era parte de mi entorno.
Dormía toda la noche bajo el sedante efecto del sonido de la molienda. Antes de despertar y de levantarme, la sirena del ingenio pautaba las horas matutinas, las 6 am, las 6.30, las 7 am… era una alarma indulgente, de tonos graves. En el día el sonido que avisaba las 2 pm, las 2.30 y las 3, se tornaba estridente.
En la escuela, los datos que manejábamos entonces, indicaban que la industria azucarera era la fuente principal que sustentaba la economía dominicana. Solo en mi pueblo teníamos 7 prósperos ingenios.
Pero los años dorados han pasado, y no hay indicios de que regresarán. En poco tiempo, las zafras fueron menguando, los obreros, empobrecidos y desamparados y los trenes abandonados entre valles sepultados de maleza. Mientras escribo, mi café se ha enfriado, le falta otra cucharadita del azúcar importada que tengo en la cocina. Patético y amargo punto final.
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