Profeta Eliseo y la mujer de Sunem,
óleo
sobre lienzo de Gerbrand Van Den Eeckhou
Estoy
leyendo hoy en 2 Reyes 4:8-6:23. Cuando la mujer sunamita llegó angustiada y se
aferró a los pies del profeta, éste fue incapaz de descifrar qué la estaba
afectando.
A pesar de su cercanía con Dios, y de todos
los milagros que ya había hecho con aquella doble porción del Espíritu que tenía
Eliseo, la mujer tuvo que verbalizar que estaba allí por causa del único hijo
que tenía, fruto de una milagrosa promesa de Dios. No lo había pedido aunque
obviamente lo anhelaba. Muchos menos podía entender porque habría de perderlo.
Tantas veces he sido como Eliseo, inconsciente y ajena del sufrir del
otro. En este día oremos que Dios nos permita ser más conscientes del dolor y
sufrimiento del prójimo, que nuestro mundo deje de girar un poco menos
alrededor de nosotros mismos, y podamos interceder y tender la mano a otros que
sufren. A veces es necesario preguntar, es necesario escuchar, es necesario
llamar, es necesario pedir discernimiento y hacerse conscientemente presente en
el aquí y el ahora de los que nos necesitan. Hay que cultivar la empatía, abonando la conciencia con semillas de amor y regándola con bondad.
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