Como dice un popular proverbio: “Hay de todo en la viña del Señor”. En
lo que respecta a cómo las personas se autoevalúan, está ese fenómeno de ser
verdugo de sí mismo, en el cual, el individuo no se perdona, al contrario, se
auto flagela emocionalmente y se
descalifica por sus errores, por mínimos que sean. Eso no necesariamente
significa que los enmiende o se proponga no repetirlos. Es lo insano de los
remordimientos cíclicos por un mismo asunto y de tener un pobre concepto de sí mismo.
En las antípodas están los autoindulgentes, que no solo toman con
ligereza sus acciones cuestionables, sino que se complacen en culpar a
terceros., incluso a veces son jueces implacables de otros, cometiendo ellos
faltas iguales o peores. De este caso,
dice el Apóstol Pablo, “Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas,
cuando juzgas a los demás, pues al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya
que practicas las mismas cosas.” Romanos 2.1
La posición más difícil y menos frecuente es la de quien piensa de sí
mismo con cordura, con objetividad y es capaz de autoevaluarse, realizando un
ejercicio de autocrítica coherente y ponderada.
Sin duda, la autocrítica es un reto, pero es la opción cuando se quiere
madurar, crecer y superar flaquezas. Es
un buen camino para subsanar heridas que nos hayamos causado u otros nos hayan infligido
en ese camino fluctuante entre ofender y
ser ofendido. Es una vía para dejar atrás el dolor de tropiezos que hayamos
tenido, a la vez que dejamos de ser tropiezo para otros.
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