"Si no quieres perderte en el olvido tan pronto como estés muerto y enterrado,escribe cosas dignas de leerse, o mejor aún, haz cosas dignas de escribirse... - Benjamin Franklin


miércoles, 24 de enero de 2018

CUANDO ABATEN LAS TORMENTAS


Hay días en que el sabor de la vida se torna amargo, como ajenjo. Hay esos días que la gente vacía se desespera, y la gente de fe, clama más fuerte y mira hacia arriba buscando una respuesta. 

Esa misma amargura mutila los sentidos de muchos que se desenfrenan buscando en escapes temerarios un poco de gozo y placer. Por eso, se mata el niño rico en el auto de lujo corriendo a alta velocidad. Por eso, se droga en el callejón el niño pobre. Por eso, vacía botella tras otra el alcohólico, por eso, se ofrece barata una niña linda a un visceral potentado.  Por eso se indigna uno de oír injusticias, impunidad, cinismo de gente que hace daño al otro y se jacta de que Dios le ayuda y bendice, abusando de la gracia y la misericordia que Dios le prodiga. Es difícil de digerir que gente que profesa la fe lastime a los que debe amar.

Y en el mundo la calamidad abruma: Los noticieros traen información alarmante: crisis alimentaria, crisis de agua y medioambiente, crisis políticas, inseguridad, descomposición social, violencia, delincuencia de alto nivel. Es un panorama en el que el ciudadano común se siente indefenso, y  los que profesan el cristianismo son  desafiados  en sus más íntimas convicciones.

 ¿Cómo encaja un Dios bueno y todopoderoso dentro de este complicado escenario? Es un tema complejo como para responder satisfactoriamente en unos pocos párrafos.

¿Puede un creyente experimentar una crisis de fe?

Desde luego que sí: pregúntele a Elías, hundido en depresión en una cueva queriendo morir. Pregúntele al salmista que envidió al que aun haciendo mal no tiene congojas porque no tiene conciencia que le moleste.  Crisis de fe, cuando ves que al malo le va bien y al justo la calamidad lo azota.

La convicción de fe es resiliente, vence al mundo, supera toda oposición y  está cimentada en la confianza, que nos previene de la desesperanza; está basada en  certezas que no tienen sombra de dudas: provee seguridad, la garantía de tranquilidad que necesitamos para esta vida, para la muerte y la eternidad. Por tanto, hoy promuevo la esperanza en medio de un mundo que se quedó sin sentido de dirección y sin significado más allá de lo material y  palpable. Dios ha prometido intervenir, y eso reclamamos de rodillas en el momento de conflagración.

Creer o no creer, he ahí la diferencia, cuando me enfrento a la disyuntiva de sopesar que hay un Dios soberano y justo que no puede ser burlado y que un día, establecerá Su orden, en su creación y en sus criaturas.


Creer es una decisión. Yo elijo Creer. Aunque está ese día en que es inevitable que yo viva la experiencia de estar  desanimada, abatida y decepcionada, ¿A quién se lo digo?  Se lo digo a Cristo. Como la viuda al juez injusto le insisto que me haga justicia. Como dijo también  aquel náufrago aferrado en una roca en medio de una tempestad: “Puedo temblar sobre la roca, pero la roca no tiembla”. 

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