Una joven y
hermosa mujer, esposa y madre, luchó durante años contra una condición que
finalmente la llevó a su último suspiro. En medio del duelo, aquellos que la
rodeaban mantienen la firme convicción de que, aunque su cuerpo ya no respire
en esta tierra, ella despertó en el Cielo. Este relato nos recuerda que, aunque
enfrentamos sufrimiento y muerte, la verdadera sanidad trasciende nuestra
existencia terrenal. En el Evangelio de Mateo 8:1-17, vemos cómo Jesús
sanó cuerpos, liberó almas y ofreció esperanza más allá de las circunstancias
visibles. Hoy, reflexionamos sobre cómo su toque sanador sigue siendo la fuente
de nuestra restauración, tanto en la vida como en la muerte.
Un leproso. En la época de Jesús, la lepra era una enfermedad de la piel que
implicaba el aislamiento de la persona afectada. Nadie quería acercarse a
alguien con lepra, pero Jesús lo tocó. Hoy, podemos padecer de lepra moral,
aquella que nos aísla y nos llena de culpa, distanciándonos de los demás y de
Dios. Sin embargo, Jesús quiere limpiarnos con su toque sanador.
Un centurión. Este hombre estaba muy afligido por la enfermedad de un siervo suyo.
Siendo extranjero, podría haber sido percibido como indigno de la ayuda de
Jesús, debido a sus raíces familiares. Pero él comprendía la autoridad, y apeló
a que la autoridad de Jesús era suficiente. Aunque Jesús estuvo dispuesto a ir
a la casa del centurión, Él respondió a la fe de este hombre, reconociendo su
confianza en Su poder y autoridad.
La suegra de
Pedro. Cuando Jesús llegó a su hogar, la encontró
postrada en cama debido a una fiebre. Jesús tocó su mano, y al ser sanada, la
mujer se levantó de inmediato para servir. Una persona sana sirve. Una iglesia
saludable sirve.
El pasaje
también nos relata que Jesús sanó a muchos, haciendo una distinción
clara entre aquellos liberados de opresión maligna y los que simplemente
padecían dolencias físicas. A todos, Jesús los sanó con Su Palabra.
Hay poder en
el toque de Jesús,
Hay poder en
la autoridad de Jesús,
Hay poder en
Su Palabra.
Aunque en Su
voluntad, hoy Jesús puede responder a nuestras oraciones sanando a los
enfermos, la sanidad última trasciende nuestro "aquí y ahora". La
esperanza del creyente, cuando fallece, es que la sanidad total comienza en la
entrada a la eternidad.