A
veces me pregunto: ¿Por qué una persona puede dudar de la seguridad de su
salvación? ¿Por qué hay momentos en que teme que su alma se pueda perder si
entiende haber dado el paso de fe, de confesar sus pecados y pedir a Jesús que
le salve? ¿Cómo pensar que hoy puedo
sentirme salvo y mañana no?
Y me
respondo que tal vez lo estamos planteando como si la salvación dependiera de
la persona y no de la obra de Cristo.
Y
me respondo también con el argumento que
escucho con frecuencia: ?¿Cómo una persona que ayer fue --a la vista de todos--, un fiel
cristiano, hoy anda hundido en una vida mucho más deplorable que la que tuvo
antes de andar en la fe?, ¿Se le puede
considerar salvo?
Oídas
y ponderadas las voces de quienes dudan y respetando sus razones, expreso que
yo creo en la seguridad de la salvación. Creo que la salvación es por gracia[1] (regalo
no merecido) y que aun la fe que se profesa
es un don de Dios. La salvación no es posible por nuestras propias obras o méritos
personales, es un regalo de Dios que se recibe por fe (Creer y aceptar lo que
Dios me ofrece).
Creo
que la salvación está basada en la obra de Cristo. Creo que su sacrificio
sustitutorio es eficaz, único y suficiente. Creo que el Espíritu Santo sella[2] a
los que creen y está es la garantía de que hemos pasado de muerte a vida.
Pablo,
el apóstol, en su segunda carta a Timoteo afirma: “Yo sé en quién he creído y estoy seguro que es poderoso para guardar
mi depósito para aquel día”. Expresa
certeza, convicción y conocimiento cierto de en quién (Jesús) había depositado toda su esperanza, toda su
confianza. Dice estar seguro (además de saberlo, es capaz de experimentar
seguridad). Ese depósito significaba que su vida estaba en manos de Dios por la
eternidad.
El
creyente que se aleja, lo puede hacer temporalmente, como el hijo pródigo, pero
no tarda en volver en sí y regresar al hogar del Padre. El que nunca regresa, habría
que preguntarse si alguna vez realmente fue hijo, habría que preguntarse si una
vida religiosa, aparentemente piadosa equivale o no a una vida transformada por el poder de Dios.
El
Espíritu Santo nos faculta para vivir una vida que agrade a Dios, proveyéndonos
una nueva naturaleza; pero el apóstol Juan también hace notar que nuestra
naturaleza caída está presente y aun siendo salvos viviremos en una lucha
contra el pecado que quiere prevalecer en nuestras vidas. [3]
Que conste, no hay licencia para pecar. Juan nos escribe para que no pequemos
(deliberadamente) y en caso de hacerlo, Jesús es nuestro abogado, al lado del
Padre, intercediendo por nosotros.
En
resumidas cuentas, yo creo que se puede estar seguro de la salvación, por los
méritos de Cristo!