En la obra “La Odisea”, de Homero, se leen las aventuras de una leyenda griega protagonizada por Ulises. Durante una de sus aventuras él se encontró con las “sirenas” cuyos cantos seductores conjuraban a una completa locura que al final resultaría en la muerte de cualquiera que los escuchara. Al preparar la barca para cruzar la costa de las “sirenas”, Ulises bloqueó con cera los oídos de sus hombres para que no pudieran oír los cantos mortales; mientras, él escuchaba atado con firmeza al mástil. Solo las cuerdas pudieron contener la locura que lo inundaba.
Este episodio ilustra la seducción sagaz del mundo. Nosotros somos los “Ulises modernos” y diariamente nos enfrentamos a incontables “sirenas” que intentan inundar nuestros sentidos con cantos de ego, vanidad, anhelo por lo prohibido, gratificación sexual, melodías de grandeza, gloria y perversión. Otros son cautivados con la mentira, el alcohol, el enojo, el temor.
Este episodio ilustra la seducción sagaz del mundo. Nosotros somos los “Ulises modernos” y diariamente nos enfrentamos a incontables “sirenas” que intentan inundar nuestros sentidos con cantos de ego, vanidad, anhelo por lo prohibido, gratificación sexual, melodías de grandeza, gloria y perversión. Otros son cautivados con la mentira, el alcohol, el enojo, el temor.
Es sólo cuestión de vivir cada día para escucharlas, y una vez lo haces y decodificas ese canto fascinante pueden ahogarte con su hermosura. La única forma de resistir es, como Ulises, “atarnos con firmeza al mástil.”
Muchos piensan que caemos o pecamos por presiones externas. Pero el poder impulsor que seduce hacia el mal es la naturaleza corrupta que ya está dentro de nosotros. El mundo solo tienta de forma eficaz cuando agita el charco inmundo del depravado deseo personal. O sea, si no te gustan las bananas, aunque te pongan cien delante no les harás caso. Pero si eres débil con las manzanas, solo con el olor, se te hace agua la boca.
“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni el tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es traído y seducido.”(Santiago 1:13-16) La concupiscencia es tu propia maldad, tu debilidad. Así que no te dejes engañar consintiendo tu voluntad al canto de la sirenita. No le permitas que ella nade en tus aguas. Su canto puede que sea dulce en el momento, pero su final es amargo como el ajenjo Si identificas lo que te seduce, puedes prepararte mejor para lo que el canto te induce. Como Ulises, pon cera en tus oídos y átate con firmeza al mástil.
“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni el tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es traído y seducido.”(Santiago 1:13-16) La concupiscencia es tu propia maldad, tu debilidad. Así que no te dejes engañar consintiendo tu voluntad al canto de la sirenita. No le permitas que ella nade en tus aguas. Su canto puede que sea dulce en el momento, pero su final es amargo como el ajenjo Si identificas lo que te seduce, puedes prepararte mejor para lo que el canto te induce. Como Ulises, pon cera en tus oídos y átate con firmeza al mástil.
Escrito por Carolina Cruz de Martinez.
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