Nos acostamos y no logramos conciliar el sueño; nos
levantamos llenos de ansiedad. Las obligaciones y presiones del trabajo nos
acosan. Somos esclavos de tareas rutinarias, y a la vez, la tensión de
embarcarnos en proyectos nuevos no nos deja en paz. ¿Qué hacer para resolver
este problema?
Uno de los mayores límites que imponemos a nuestros
propios sueños y metas es creer que lo más rápido es lo mejor. El tiempo es el
bien más valioso hoy en día. Todos afirmamos tener muy poco tiempo, somos
esclavos de los "tengo que".
- Tengo que
cumplir ese plazo.
- Tengo que
hacer una brillante presentación.
- Tengo que
terminar este trabajo rutinario de oficina.
- Tengo que
hacer esas llamadas telefónicas.
- Tengo que
asistir a esa reunión, y ya se me hizo tarde.
- Tengo que
tomar una decisión.
- Tengo que
leer todo este material antes de la reunión de mañana.
- Tengo que
reducir los gastos.
- Tengo que
cumplir mi cuota.
- Tengo que
recoger a mi hijo de la guardería, hacer las compras, preparar la cena.
- Tengo que
terminar el informe.
- Tengo que
tomar ese avión...
Y así, una interminable lista de "tengo
que".
De acuerdo, son compromisos, son obligaciones, hay que
hacerlos. ¡Está bien! Pero, con calma, vamos a empezar tomando todo con calma.
El impetuoso Pedro, discípulo de Jesucristo, después de muchos tropiezos, se
vio con la autoridad de decirnos: “Humíllense bajo la poderosa mano de Dios,
para que él los exalte cuando sea tiempo, echando toda su ansiedad sobre él,
porque él tiene cuidado de ustedes”.
¿Cómo verifica usted que está sometido a la rutina de
las obligaciones? Analice si le están
sucediendo estas cosas:
- Se esfuerza
más, pero se pregunta si está logrando mucho más.
- Siempre se siente
retrasado.
- Es más
irritable, más crítico o malhumorado con las personas que lo rodean.
- Ve cada vez
menos a su familia y amigos.
- Sufre más
dolores de cabeza, de pecho y de espalda.
- Se siente
culpable cuando no está trabajando.
- Le cuesta más
trabajo relajarse.
- Solo trabaja
y nada de diversión.
- Deja a un
lado las cosas sencillas, como devolver llamadas telefónicas, leer
informes, escribir cartas.
- Se siente
permanentemente fatigado; algunas veces está deprimido o triste sin causa
aparente alguna.
- Necesita estar
permanentemente ocupado.
Si usted cae en esta categoría, yo le recomiendo lo
que a mí me han recomendado: deshacerse de los "tengo que" que
citamos antes y recordar lo que nos dice el Señor: "No os afanéis por el
día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán. Basta a cada día
su propio mal". Además, debemos acudir al llamado de Jesús: "Venid a
mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar".
Nunca estaremos completamente libres de presiones, y
un poco de tensión siempre es necesario para mantener el entusiasmo de seguir
adelante, pero si no aprendemos a mantener un equilibrio, pronto vamos a
sucumbir o a explotar, como una bomba de tiempo.
¿Dónde encontrar un oasis en medio del desierto? ¿Cómo
detenernos si vamos en una carrera desenfrenada? Empecemos dejando todo a un
lado y poniéndonos de rodillas, buscando descanso en Dios, pidiéndole sabiduría
y luego levantándonos con fuerza espiritual y claridad de mente para empezar a
trabajar y crecer, sin autodestruirnos en el proceso.
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