HOGAR RING DE BOXEO:
Entrevistando a una terapista familiar sobre la violencia doméstica, me hablaba ella de parejas que no conocen otra forma de convivencia que el conflicto, parejas explosivas de esas cuyas discusiones se oyen en toda la cuadra, y el día que usted no oiga pleito, vaya, que seguro es porque ya la historia acabó en tragedia y va a encontrar uno o dos cadáveres. Este es un fenómeno muy complejo, del que a la gente le da mucho trabajo salir.
La raíz de la violencia es la maldad del hombre. Su demostración externa, sea por medio del abuso físico, verbal o emocional, es sólo la evidencia de lo que existe en lo más profundo de su corazón. Jesús dijo que el problema no era externo, sino interno (Mateo 15:18-19; 12:35).
Quien practica la violencia está sirviendo al padre de maldad y destrucción (Juan 10:10). Como Satanás, el abusador utiliza la violencia y destrucción como una fuerza legítima para establecer su poder y dominar. El abusador confundió la autoridad con el autoritarismo y la mujer abusada confundió la sumisión con la subyugación.
Cuando esa raíz de maldad se junta con un carácter fuerte y dominante, y el individuo creció en un medio ambiente donde fue testigo de la violencia, existe el triángulo perfecto para la formación de un abusador.
La inhabilidad de manejar la ira, la dependencia emocional de su cónyuge, la baja autoestima, la actitud rígida influenciada por creencias religiosas extremas, las expectativas exageradas, la dependencia económica, el temor y otros ingredientes convierten la relación matrimonial en destructiva y violenta.
Las escrituras describen al abusador como arrogante y la violencia como una característica del impío. El salmista dice que «la soberbia los corona; se cubren de vestido de violencia… se mofan y hablan con maldad de hacer violencia; hablan con altanería…» (Sal. 73:6-8).
Pablo nos exhorta a tener un trato respetuoso reconociendo que delante de Dios, hombre y mujer son iguales (Gá. 3:28)
Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.
Nos ordena que no permitamos que la ira se transforme en destructiva, que ninguna palabra hiriente, sucia y destructiva, ni mucho menos la amargura, la gritería, la maledicencia y toda malicia sean parte de la relación conyugal (Ef. 4:26-31).
Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,
27 ni deis lugar al diablo.
28 El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.
29 Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.
30 Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.
31 Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.
Es mi oración que terminen las noches de terror para muchas mujeres, niños y algunos hombres. Estoy convencida que la gran mayoría de los casos de abuso entre cónyuges ocurre porque la víctima lo permite. Ahora, permitir y provocar no es lo mismo.
Hablaba con un pastor de una comunidad pobre de la capital de mi pais, que me dijo: “Hermana, yo se que no está bien que un hombre agreda a su esposa, pero aparecen unas mujercitas muy provocadoras”.
Nada justifica el abuso y la violencia, tal vez lo explica en parte, pero no lo justifica.
Poco a poco, manipulación tras manipulación, grito tras grito, empujón tras empujón, bofetada tras bofetada, golpe tras golpe, y todo eso mezclado con la ignorancia de sus derechos, la falta de límites, el temor, la falta de protección y las enseñanzas erróneas perpetúan la violencia.
Por lo tanto, si los líderes no sólo apoyan en oración, sino que instruyen a nuestras congregaciones que la violencia es un pecado que no debe ser permitido; si les enseñamos a establecer limites saludables en las relaciones conyugales y a enfrentar los conflictos con sabiduría, Si le brindamos la protección espiritual, emocional y legal a la parte abusada cuando el cónyuge no cambia su conducta, tal vez no terminaremos con la violencia, pero no permitiremos que el abusador tenga màs oportunidad de maltratar. Puede que èl nunca deje de ser violento, pero no le permitiremos que su cónyuge sea el blanco de sus agresiones. Luego trabajaremos el tema de la violencia intrafamiliar en sì, porque es una necesidad y requiere mucha reflexion.
En la continuación: Buscando el equilibrio en el agridulce hogar.
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