Hoy regresamos a la historia de una mujer que dejó su patria, olvidándose de su propio futuro y bienestar para favorecer y cuidar a su anciana suegra, pero que empezò a ver la mano de Dios obrar a su favor.
Nuestra compañera de esta historia, Rut la Moabita, siguió trabajando durante toda la temporada de la cosecha, acumulando la comida que iba a servirles durante largos días. Cuando la cosecha terminó, Noemí le dijo a Rut: Hija mía. Debo buscarte un esposo que te haga feliz.
En esos tiempos, el nombre y la unidad de la familia eran de vital importancia. En caso de que falleciese el padre, el hijo mayor era responsable de la propiedad y se convertía además en el que proveía las necesidades de la familia. Si un hombre moría sin haber dejado heredero, la ley del levirato exigía que el pariente más cercano se casase con la viuda y así el primer hijo de esta pareja sería el heredero del difunto. ¿Suena complicado verdad? Hoy en día las cosas son muy distintas.
Pero bueno, Noemí estaba muy contenta con las atenciones de Booz hacia Rut. Planeaba un brillante futuro para ella. Le habla a Rut del Levirato y quiere que ella aproveche esa ventaja. Noemí, sabia y valerosamente le da las instrucciones de lo que debe hacer y ella confiada y cumplidora le responde: Todo lo que me dijeres, eso haré”.
Noemí le explicó: “Hay una forma en que la viuda puede solicitar ese amparo que te digo: Cuando Booz vaya al campo esta noche, va a cenar y beber con sus criados, y luego se acostará en el campo junto al montón de grano que se está desgranando. Cuando Booz se acueste, vete tu a sus pies. Cuando él se de cuenta, te dirá lo que debes hacer”
Las instrucciones de Noemí no eran impropias; implicaban que Rut se engalanara con sus mejores vestidos, y se propusiera en matrimonio a Booz usando la antigua costumbre del medio oriente. Siendo Booz de una generación anterior a la de Rut, esta iniciativa indicaría el deseo de Rut de casarse con Booz, en tanto que él, mayor y lleno de tacto, no se habría declarado a una mujer tan joven.
Booz, maravillado con Rut, acogió su pedido, pero aun había un asunto que resolver ya que había un pariente aun más cercano.
Entonces vemos a este Booz, siempre tan caballero, muy temprano a la mañana siguiente, sentado a la puerta de la ciudad para negociar en nombre de Rut y Noemí con aquel otro familiar. Este último, cedió su derecho o su responsabilidad y entonces Booz fue libre de anunciar públicamente sus intenciones de casarse con Rut.
Los ancianos que servían de testigos aprobaron y sellaron esta decisión y bendijeron la próxima unión de Rut con Booz.
De este modo Booz redime a Rut para que pertenezca a la familia de Dios. Al cabo de poco tiempo tienen un hijo, Obed. Todos en aquella comunidad se alegraron y decían: Bendito sea Jehová. Obed se hizo famoso en Israel, porque fue el abuelo del rey David, de cuya casa y linaje nació Cristo el redentor. De manera que Rut, la moabita, que tenía un maravilloso carácter, estaba emparentada con el hijo de David, que fue la luz verdadera de los gentiles.
¡Ah pero eso no es todo! Décadas antes la Biblia narra la historia de una mujer llamada Rahab, ex prostituta de Jericó que cambió radicalmente su vida cuando oyó hablar de las maravillas del Dios todopoderoso. En esa ocasión ella se unió también al pueblo de Israel. Pues resulta que Rahab se casó con un israelita llamado Salmón y tuvieron un hijo: que es nada más y nada menos que ¡Booz! ¡Que extraordinaria historia! ¿Es esto pura coincidencia? Tanto Rut como Rahab eran mujeres extranjeras que se sacrificaron para ayudar a otros.
Ahora, si Rahab aun vivía, Rut tendría dos suegras, Noemí, ahora llamada bienaventurada por ser abuela, y aquella otra extranjera sobreviviente de la conquista de Jericó, dos mujeres que Dios quiso premiar con ser parte del linaje del Mesías. FIN.
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