"Si no quieres perderte en el olvido tan pronto como estés muerto y enterrado,escribe cosas dignas de leerse, o mejor aún, haz cosas dignas de escribirse... - Benjamin Franklin


miércoles, 16 de diciembre de 2009

EL TRAUMA DE LA PALETERA


Transitando por las agitadas calles de Santo Domingo mis ojos alcanzaron a captar una estampa que años atrás era bastante común: en la intersección de dos populosas calles, recostada sobre una pared decorada con graffitis multicolores estaba una paletera, (una especie de baúl de madera con compartimientos en los que se exhiben caramelos, galletas, cajas de cigarrillos y fósforos). ¡Una paletera! ¿Cuánto tiempo hacía que no veía una? Y en mi mente me transporté geográficamente a mi hogar paterno, y con un sobrecogedor escalofrío  mi cuerpo y mente revivieron un momento de frustración que tenía archivado en el subconsciente: ¡En casa tuvimos una paletera! Mi padre, hombre dispuesto siempre a esforzarse tanto como sea necesario para buscar el sustento familiar, adquirió y surtió una paletera que colocábamos a ciertas horas en la acera a la entrada de la puerta de la Universidad Central del Este. No recuerdo exactamente que edad tendría yo, pero seguro no llegaba a los 10 años. El caso es que puedo asegurar que acompañar a mi mamá para  atender aquella paletera debe haber sido mi primera experiencia laboral.  Usualmente nuestros clientes eran transeúntes, estudiantes ansiosos por calmar el hambre con unos pocos centavos,  entre una sesión de clase y otra. Pero  aquella escena que hoy se ha reactivado en mi memoria, fue un momento en que por algún motivo, yo estaba sola con la paletera;  un automóvil se detuvo y me pidió una caja de cigarrillos y una de fósforos. Ingenua e inocentemente pasé ambos productos al conductor, quien no preguntó cuanto debía sino que colocó en mi pequeña mano un par de centavos que no cubrían el real precio de lo vendido, y burlonamente me dijo: Este es por los cigarros y este por los fósforos… y arrancó. El trago amargo para mi, fue la sensación de impotencia que deja el engaño, al ver aquel vehículo perderse en la distancia.  No recuerdo qué hice, si le conté a mis padres o no, pero conociéndome, debo haber echado unas lagrimitas. 

En algún momento, la paletera desapareció de la dinámica familiar. Preguntaré a mis padres a ver si se acuerdan qué hicimos con ella.

Hoy me convenzo de que la ingenuidad no es una virtud. Madurar en la vida implica ir abriendo los ojos y darnos cuenta que no todos a nuestro alrededor tienen buena fe, que de vez en cuando sufriremos perjuicios y decepciones, y nos conviene aprender a sanarnos rápido de ellos para seguir adelante, y además, cuando corresponda,  nos hará bien tener presente el consejo del libro Sagrado, “Cuando los pecadores te quieran engañar, no consientas”.

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