¿Dónde podemos ir cuando estamos demasiado perturbados para pensar claramente, cuando el vacío interior parece agobiarnos y nuestros temores son como un mar intranquilo, agitado, que no se calma?
¿Dónde pueden las almas lastimadas encontrar un lugar para renovar la fe, la esperanza y el amor en medio de su dolor?
Quizá no se trate de hallar un lugar, sino a una persona. El Dios de toda consolación puede ser esa persona.
Hay razón para llorar con los sobrevivientes del terremoto en Puerto Príncipe, Haití, así como hay razón para sufrir con aquellos que han pasado por la pena de perder a seres amados, o de perder su salud. Estas personas necesitan desesperadamente alguien que los ame en medio de lo que parece ser una larga noche, oscura e interminable. La gente que ha sufrido daño necesita palabras de consuelo, de alguien que los acompañe, alguien que alivie la carga de su soledad, de su ansiedad, de su vergüenza, de su quebrantado corazón, y de su desesperación. Anhelan una voz familiar, alguien que los sostenga, que les diga, “no temas, todo va a arreglarse”. A menudo este consuelo no viene, y entonces la persona que sufre se siente tentada a adormecer el dolor de maneras muy autodestructivas considerando inclusive el suicidio.
En medio del sufrimiento podemos hallar consolación en Dios y Él a su vez nos da la capacidad para consolar a otros. Entendemos que Dios por medio de su Espíritu Consolador, está con nosotros para darnos fortaleza y seguridad.
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