A raíz del catastrófico terremoto que sacudió a Puerto Príncipe, capital de la república de Haití, fuimos testigos de la aceleración de los trámites de adopción de centenares de niños haitianos, que tuvieron así la oportunidad de ser trasladados en pocos días a sus hogares de destino. Al mismo tiempo se despertó la posibilidad y el riesgo del tráfico ilícito de menores, tanto con fines de adopciones no oficiales como para otros propósitos oscuros.
Las tragedias mueven a muchas personas a compasión y les impulsan a ir en rescate de niños y niñas que quedan huérfanos en medio de la nada. Sin embargo se ha dicho que la adopción inmediata en estas circunstancias no es lo más saludable para estos menores, ya que son arrancados de raíz de su único ambiente conocido hacia un contexto nuevo y extraño con el que no tienen vínculo previo alguno. También se han dado casos en los que los padres biológicos no han muerto, sino que se han extraviado o existen parientes cercanos a los que corresponde la custodia de estos niños. Por estas razones se recomienda que los niños sean acogidos en alguna institución en las que se les provea de la asistencia indispensable hasta que se pueda verificar su estatus definitivo.
Tanto en el caso de las adopciones por motivo de desastres, en los que la compasión es la que prima, como en aquellas planeadas por la decisión de los padres adoptantes, que buscan compensación a su imposibilidad de procrear, lo cierto es que la adopción es un acto de amor, una de las más hermosas expresiones de amor que se puedan conocer.
Una madre le explicaba a su hijo que ser adoptado es ser un hijo, igual que aquel que ha sido procreado, con un papá y una mamá, igual que aquel que tiene padres biológicos; solamente que los hijos adoptados tienen además una historia vieja, una historia que viene de antes. Ese hijo tiene derecho a conocer esa historia, es saludable que conozca su origen y que esta información la obtenga de sus padres adoptivos.
Es siempre importante que en la mentalidad de todos quede claro que la adopción no algo de lo que nadie tenga que avergonzarse. Se podría ver más bien como un privilegio, porque más que ser un hijo del vientre, se es un hijo del corazón. Ejemplo nos ha dado Dios, que por el gran amor con que nos amó nos ha adoptado como hijos por medio de la obra de Jesucristo. “A todos los que recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Juan 1:12
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