Limosinas ostentosas, lujo, brillo y esplendor, trajes costosos y extravagantes, joyas millonarias, flashes de centenares de cámaras, aplausos y ovaciones, transmisiones simultáneas al mundo entero en diversos idiomas, con los más altos rattings que pueda lograr una producción. La gente sigue minuto a minuto el desfile de las admiradas, criticadas, escandalosas y súper archi famosas estrellas. Por años hemos alimentado su ego, su sed de importancia y sus arcas financieras.
Pero veo otra alfombra roja menos concurrida, es un rastro de sangre, de uno que, al principio era seguido por multitudes que al parecer lo amaban y lo aplaudían; apenas una semana antes le tendieron una alfombra de hojas de palma y mantos mientras iba, no en limosina, sino sobre un burrito… Pero ahora, mientras más se acerca a la cruz, cada vez menos gente le sigue; su aspecto no es glamoroso ni atractivo, mas está grotescamente desfigurado por las torturas; ni siquiera desfila como los galanes del cine… la cruz que lleva sobre su hombro lo doblega, la corona de espinas incrustada en su cabeza lo desangra, enceguece y debilita.
El Cristo de Nazaret traza con su sangre la vía dolorosa y nos invita a seguir su rastro hacia la cruz; por esa alfombra rojiza que es el verdadero camino a la gloria que tantos buscan y pocos hallan.
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