"Si no quieres perderte en el olvido tan pronto como estés muerto y enterrado,escribe cosas dignas de leerse, o mejor aún, haz cosas dignas de escribirse... - Benjamin Franklin


miércoles, 24 de marzo de 2010

AFAN: DE LA VISION A LA OBSESION

Dos de las competencias incluidas entre los requisitos para muchos empleos en nuestros días son la capacidad de trabajar bajo presión y el sentido de urgencia. Al asumir estas condiciones de trabajo y vida, que demandan esfuerzos, tiempo y prisas extraordinarias,  intentamos compensar con capacitación  que nos faculte para resistir más, mientras le añadimos nuevos proyectos, metas  y objetivos a nuestra ya sobregirada agenda.

Nos capacitamos en establecimiento de metas, inteligencia emocional, manejo de proyectos, liderazgo y trabajo en equipo, comunicación, pensamiento estratégico… y un largo etcétera… ¡Muy bien! ¿Pero cuál es el peligro?  El riesgo está en no distinguir el límite  de nuestros esfuerzos. Allí puede comenzar el principio de dolores y aflicción para nosotros.

Recuerdo una etapa de mi vida en que trabajaba hasta 18 horas, dormía 4 y si comía lo hacìa con el plato en el escritorio. Esa lucha y empeño en pro de lograr objetivos y metas se convierte, literalmente en afán, cuando dejamos que una  visión se torne en obsesión, cuando nunca nos sentimos satisfechos con nuestro inventario de logros, cuando creemos que el mundo se va a caer si dejamos de hacer nuestra parte y un poco de la de otros…

Como escuché de labios del psicólogo Joaquín Disla, hay que saber detenerse… La sabiduría de la Biblia nos exhorta a no estar afanosos por nada, ni por el día de mañana… es suficiente con la carga de hoy. Soy partidaria de la excelencia y de hacer el mejor esfuerzo posible, pero hay que aprender a darse por satisfecho en algún punto.
Mi antídoto para curar el afán ha sido darme un tiempo, entender que no soy una máquina sino una persona, que necesito descanso y añadir a mi vida otras actividades que contribuyan a mi alegría y edificación, saber disfrutar de mi familia y mis amigos, dejar de preocuparme por lo que corresponde a otros y no a mí, y especialmente, dejar en manos de Dios todo lo que no puedo manejar ni resolver.
 Hay momentos en que, como Elías, cansados y desgastados, solo debemos recostarnos un rato y dejar que Dios ponga delante de nosotros agua y alimento, para recobrar fuerzas y continuar el largo camino que nos resta porque, desde luego, hay que seguir adelante y ¡lo haremos!.

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