Mi capacidad de asombro a lo mejor se està reduciendo, o ya me estoy acostumbrando a los contrastes que repentinamente encuentras en la geografía de Santo Domingo, la ciudad, y de Santo Domingo, la isla.
Ahora voy rumbo a Manoguayabo. Hace semanas que estoy oyendo de la iniciativa de mi colega, la comunicadora Verónica Taveraz, de ofrecer una alimentación nutritiva al estómago y a los corazones de niños y jovencitos limpiabotas de la comunidad. Me acompaña Gary Clark, hermano involucrado en misiones de acción social.
Mientras avanzaba por la carretera de Manoguayabo, me pasó por la mente la vez que entré por primera vez a la Puya de Arroyo Hondo, la película se repite ante mi imaginación: el panorama va cambiando mientras más me acerco al punto de destino, de las suntuosas mansiones con elevados muros protectores y de las calles asfaltadas, se pasa en un pestañar a un camino abrupto, crudo, improvisado, adornado de hoyos, piedras, charcos y basura, mucha basura, toda la basura que uno se pueda imaginar; del silencio de los residenciales de cuidados jardines, se pasa al ruidoso concierto combinado de bachata, reguetón y mambo violento. Cruzas la cañada y allí está el hormiguero humano, los niños desnudos y descalzos tomando agua de la llave pública al lado de los cerdos que hurgan la basura… vuelvo en mí, reacciono: no es a la Puya que voy… voy a Manoguayabo.
Pero igual, se me acaba la pista asfaltada, igual se adentra uno a una zona más deprimida, igual, la esquina de referencia es un bar: La Gran Mansión, cuyo espacio abierto parece una inmensa garganta de donde sale la estruendosa música; ¿Porque tanto ruido? al parecer el ruido es lo único que tienen muchos para llenar su vacío. Verónica aspira transformar el bar en La gran Mansión de Dios. Oremos con ella por eso.
Llegamos. Es poco más de medio día. Al entrar el pastor Rafael Peña y Verónica entran a la casa, y les seguimos. Los niños, sentados quietos en una ronda alrededor de la sala, se ponen en pie al mismo tiempo y saludan como en la escuela: Buenas tardes. Grata impresión.
El pastor Rafael se dirige a los chicos, pero siento que les habla como a universitarios. Mis ojos se pasean sobre ellos. Detrás de su pobreza descubro ojos inocentes hambrientos de pan, hambrientos de atención, hambrientos de afecto. Me acuerdo de la canción de Alberto Cortes “Miguitas de ternura, yo necesito, si le sobra un poquito, démelo a mi.”
Les ofrezco ser su tía, y ¡están de acuerdo! Gary les pregunta cuantos juegan Béisbol y ofrece entrenarlos para ser peloteros. Hay varios casos en que dos niños están sentados, apretujados en la misma silla, entonces recuerdo que llevé unas sillas para el proyecto. Las sacamos del vehículo y las añadimos a la sala y los chicos se acomodan mejor.
En la cocina, Morena, hermana de Verónica se apresura a servir los espaguetis con carne molida, la ensalada y el pan, provisión de lo alto para el menú del día. Después de la oración por los alimentos, les acercamos a los chicos sus platos y tenemos la intención de comer junto a ellos, pero, ¡Comen tan de prisa! Cuando al fin nos queremos sentar a comer, ya la mayoría ha terminado. Entonces optamos por sentarnos a comer en el patio bajo la sombra de un árbol preñado de cajuiles. Mientras comemos, Verónica manda a comprar un jugo. Mientras tomamos el jugo, manda a buscar una greca prestada para hacer un café. Cuando llega la greca, manda también a comprar leche para el café.
Charlamos y exploramos los sueños y las necesidades. Muchos deseos de bendecir y revertir el drama en la vida de gente desposeída, de gente que ha sufrido y sufre. Las historias brotan con dolor. El proyecto pretende alcanzar, en otra etapa, a niñas abusadas, a madres desocupadas, en fin personas que, como diría el pastor Eduardo feliz, tienen un pasado doloroso, un presente amargo y un futuro sin esperanza. Pero Jesús es la Esperanza de gloria que necesitan. Con 25 dólares mensuales podemos aportar para la comida de uno de estos chicos. O quizá quisieras aportar alimentos, utensilios, platos, vasos, cubiertos... ¡falta de todo!
Este miércoles recibí un correo de Verónica, feliz, con el regalo de unas mesas que han hecho posible organizar mejor el almuerzo. Esto es lo que ella dice:
“¡El que me llamó me dijo que podía! Gracias por apoyarnos haciendo posible un sueño realidad. Les cuento que ya están comiendo más de 35 limpiabotas fijos los días martes y viernes. Tenemos pocos niños patrocinados. Ayúdanos apadrinando por lo menos uno con 25 dólares mensuales o su equivalente en pesos. Solo llámame al 809-826-1070 y/o 829-278-4624.
Ahora voy rumbo a Manoguayabo. Hace semanas que estoy oyendo de la iniciativa de mi colega, la comunicadora Verónica Taveraz, de ofrecer una alimentación nutritiva al estómago y a los corazones de niños y jovencitos limpiabotas de la comunidad. Me acompaña Gary Clark, hermano involucrado en misiones de acción social.
Mientras avanzaba por la carretera de Manoguayabo, me pasó por la mente la vez que entré por primera vez a la Puya de Arroyo Hondo, la película se repite ante mi imaginación: el panorama va cambiando mientras más me acerco al punto de destino, de las suntuosas mansiones con elevados muros protectores y de las calles asfaltadas, se pasa en un pestañar a un camino abrupto, crudo, improvisado, adornado de hoyos, piedras, charcos y basura, mucha basura, toda la basura que uno se pueda imaginar; del silencio de los residenciales de cuidados jardines, se pasa al ruidoso concierto combinado de bachata, reguetón y mambo violento. Cruzas la cañada y allí está el hormiguero humano, los niños desnudos y descalzos tomando agua de la llave pública al lado de los cerdos que hurgan la basura… vuelvo en mí, reacciono: no es a la Puya que voy… voy a Manoguayabo.
Pero igual, se me acaba la pista asfaltada, igual se adentra uno a una zona más deprimida, igual, la esquina de referencia es un bar: La Gran Mansión, cuyo espacio abierto parece una inmensa garganta de donde sale la estruendosa música; ¿Porque tanto ruido? al parecer el ruido es lo único que tienen muchos para llenar su vacío. Verónica aspira transformar el bar en La gran Mansión de Dios. Oremos con ella por eso.
Llegamos. Es poco más de medio día. Al entrar el pastor Rafael Peña y Verónica entran a la casa, y les seguimos. Los niños, sentados quietos en una ronda alrededor de la sala, se ponen en pie al mismo tiempo y saludan como en la escuela: Buenas tardes. Grata impresión.
El pastor Rafael se dirige a los chicos, pero siento que les habla como a universitarios. Mis ojos se pasean sobre ellos. Detrás de su pobreza descubro ojos inocentes hambrientos de pan, hambrientos de atención, hambrientos de afecto. Me acuerdo de la canción de Alberto Cortes “Miguitas de ternura, yo necesito, si le sobra un poquito, démelo a mi.”
Les ofrezco ser su tía, y ¡están de acuerdo! Gary les pregunta cuantos juegan Béisbol y ofrece entrenarlos para ser peloteros. Hay varios casos en que dos niños están sentados, apretujados en la misma silla, entonces recuerdo que llevé unas sillas para el proyecto. Las sacamos del vehículo y las añadimos a la sala y los chicos se acomodan mejor.
En la cocina, Morena, hermana de Verónica se apresura a servir los espaguetis con carne molida, la ensalada y el pan, provisión de lo alto para el menú del día. Después de la oración por los alimentos, les acercamos a los chicos sus platos y tenemos la intención de comer junto a ellos, pero, ¡Comen tan de prisa! Cuando al fin nos queremos sentar a comer, ya la mayoría ha terminado. Entonces optamos por sentarnos a comer en el patio bajo la sombra de un árbol preñado de cajuiles. Mientras comemos, Verónica manda a comprar un jugo. Mientras tomamos el jugo, manda a buscar una greca prestada para hacer un café. Cuando llega la greca, manda también a comprar leche para el café.
Charlamos y exploramos los sueños y las necesidades. Muchos deseos de bendecir y revertir el drama en la vida de gente desposeída, de gente que ha sufrido y sufre. Las historias brotan con dolor. El proyecto pretende alcanzar, en otra etapa, a niñas abusadas, a madres desocupadas, en fin personas que, como diría el pastor Eduardo feliz, tienen un pasado doloroso, un presente amargo y un futuro sin esperanza. Pero Jesús es la Esperanza de gloria que necesitan. Con 25 dólares mensuales podemos aportar para la comida de uno de estos chicos. O quizá quisieras aportar alimentos, utensilios, platos, vasos, cubiertos... ¡falta de todo!
Este miércoles recibí un correo de Verónica, feliz, con el regalo de unas mesas que han hecho posible organizar mejor el almuerzo. Esto es lo que ella dice:
“¡El que me llamó me dijo que podía! Gracias por apoyarnos haciendo posible un sueño realidad. Les cuento que ya están comiendo más de 35 limpiabotas fijos los días martes y viernes. Tenemos pocos niños patrocinados. Ayúdanos apadrinando por lo menos uno con 25 dólares mensuales o su equivalente en pesos. Solo llámame al 809-826-1070 y/o 829-278-4624.
PERSONAS COMO TU NOS HAN REGALADO ALGUNAS SILLA, MESAS, UNA ESTUFA NOS HAN PRESTADO UN CALDERO Y TODAVIA NOS FALTAN MUCAS COSAS POR COMPRAR, COMO VERAS EN LAS FOTOS QUE TE ENVIO. RECUERDA: BIENAVENTURADO EL QUE PIENSA EN EL POBRE, PORQUE EN EL DIA MALO, LO LIBRARA JEHOVA.”
Apoyando a quienes han asumido el reto de hacer algo por los que están a su alrededor, podemos hacer la diferencia, en la vida de otras personas.
Si quiere saber más: llame a Verònica, o escríbame al correo: georgina_thompson@yahoo.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sus comentarios son bienvenidos!