Esta reseña es parte de mis cronicas de viajes ministeriales. Si Dios lo permite espero que sean parte de un libro sobre mis 20 años en Radio Trans Mundial, por lo que la reseña solo estarà publicada temporalmente en este sitio.
1995.- Estaba a punto de ser oficialmente designada como directora de RTM Dominicana. Los dos años anteriores había administrado la organización bajo la dirección interina de Francisco Melo, miembro fundador del ministerio. Los directivos de todas las oficinas de la región hispana se reúnen una vez al año en uno de los países representados. Este encuentro se conoce como Consejo Regional para América Latina, CRAL.
Recibí la asignación de asistir a CRAL 95.
Destino: Santa Cruz de Bolívia.
Una delegación de 2 personas, partiría desde Bonaire, de modo que para optimizar el viaje arreglamos que yo llegara a Bonaire dos días antes y así tratar otros asuntos particulares. Solo tuve que hacer una reserva ida y vuelta de Santo Domingo a Bonaire. Mis otros boletos de viaje los tendrían mis compañeros de ruta: Miguel Contreras, entonces director del Departamento hispano en RTM, y el Ingeniero asignado a la región hispana, Brian Dewalt.
No tenía idea de que me esperaba una travesía traumática, cuyos primeros puntos de conexión fueron: Bonaire-Curacao-Valencia-Caracas.
Al Arribar al aeropuerto de Maiquetía en Caracas, debíamos recoger nuestro equipaje e irnos a chequear con otra aerolínea. Estábamos allí cerca del mediodía y nuestro vuelo saldría sobre las 5 de la tarde. Tuvimos que deambular todas esas horas con nuestro equipaje a cuestas. Finalmente apareció personal de la aerolínea de conexión, nos atendieron, nos proporcionaron los tickets de abordar y nos liberaron de las maletas.
Sería un vuelo nocturno. La fatiga del día me aturdió e iba un poco adormilada, pero no tanto como para no enterarme de que ese avión aterrizó en muy poco tiempo. Obviamente, yo no había puesto caso a las rutinarias informaciones de la tripulación: Ese vuelo haría varias paradas: Estábamos en Bogotá. Bajó y subió gente. Despegamos y me adormecí otra vez. Desperté un poco más tarde con un nuevo aviso de descenso: Aterrizamos en Quito. Miré por la ventana y no distinguía nada. Bajó gente y subió gente. Pero aquí, algo sucedió que nos demoramos mucho en despegar. Sin explicación alguna, finalmente salimos. Casi a medianoche, nuestro próximo punto de parada fue Lima. En Lima todos bajamos del avión de concho. Con rapidez nos apremiaban a los que seguíamos con destino a Santa Cruz, pues el vuelo estaba demorado esperando por nosotros. Corriendo pasamos al siguiente avión, excepto Miguel Contreras. Al revisar sus documentos de viaje, detectaron que, como ciudadano mexicano, necesitaba visa para entrar a Bolivia. Quedó varado en Perú hasta el día siguiente.
Brian y yo llegamos al Aeropuerto Viru Viru de Santa Cruz de la Sierra, a eso de las 2 de la madrugada. Insistimos en verificar que alguien conocido, o alguien con algún letrero que identificara nuestros nombres o a RTM… nadie. Mientras veíamos marcharse todos los otros pasajeros, nos consolamos con las canciones que entonaba un trasnochado trío de Mariachis. Nada me pareció más absurdo, ni siquiera las numerosas paradas de nuestro viaje, un mariachi, música mexicana, de bienvenida en una solitaria madrugada en Santa Cruz. ¡Por favor! Pero nada… primero le hice de público al mariachi, luego uno de ellos me puso su sombrero de charro (Flash de foto).
El ingeniero se tirò a todo lo largo en una hilera de sillas y se durmió. Cuando despertó, verificó la hora en que llegaría un vuelo de American procedente de Miami. En el mismo llegaría Tom Corcoran, nuestro jefe de las Américas. Dijo: Como alguien llegará por èl, darán con nosotros también. Llegó el vuelo y Tom apareció en la salida. Entonces nos dimos cuenta que, sentado entre nosotros, hacía más de una hora, estaba Jake Fehr, misionero canadiense, director de RTM Bolivia. Nuestro vuelo y hora de llegada no estaba consignado en su agenda de recogidas al aeropuerto. Alguien pasó por alto comunicarlo. De camino a la ciudad, recuerdo estampas únicas a mi vista, cultura indígena en su más real expresión.
Nos detuvimos por un rato en la casa de otra familia de misioneros en Santa Cruz, y de allí partimos al lugar de reuniones. No recuerdo la duración del recorrido, pero el camino estaba preñado de curvas y precipicios. Finalmente, llegamos a Achira Sierra Resort, una especie de campamento, completamente rustico, con cabañas con capacidad para unas 10 personas.
Fui la reina del lugar, era la única mujer en el grupo. Los hombres, juntos en grupos de 7 por cabaña, y yo solita con las estrellas, en una intimidante habitación que se me antojaba fría y con poca luz.
Un salón a pocos metros de las cabañas era el área de reuniones de trabajo. Mi iniciación en un rol que implicaba integrarme a un ministerio regional estuvo matizada por mi desconocimiento del trasfondo de esta estructura. Aquellos hombres ya se conocían entre sí desde años antes. En mi percepción, los del cono sur se expresaban en forma reaccionaria en cuanto a sus vínculos con la sede, liderada por norteamericanos, rechazando todo lo que implicara para ellos paternalismo o ingerencia. Pensé: “¿Estoy en una reunión de ministerio o en algún tipo de sesión política? Me contaron luego que los años anteriores habían sido aun más rudos, y que tal vez mi presencia regulaba un poco las pasiones de algunos.
No todo fue trabajo. Un tour de una tarde me permitiría pasearme, por “la ruta del Che”, y caminar elevándome hasta las ruinas arqueológicas de Samaipata. En la altura posé entre los vestigios de aquellas construcciones indígenas llenas de historia.
Al final de todo, 5 días después, mi regreso fue un poco menos traumático.