La soledad, más que una situación, puede ser una actitud. Es el pesar y la melancolía que nos abriga por la falta de compañía. La soledad no es simplemente la ausencia de personas alrededor nuestro, porque nos sucede a veces que, aun en medio de mucha gente, podemos sentirnos desesperadamente solos. Podemos incluso tener una agitada vida social, involucrarnos con muchos tipos de personas y hasta liderar grupos que nos permiten relacionarnos con los demás, y sin embargo, continuar sintiendo el vacío de no poder brindar a otros un poquito de lo que realmente somos o sentimos. Es ese el instante en que Dios puede hacernos entender nuestra necesidad de SU compañía y también hacernos sentir que en realidad no estamos solos; que aun siendo Dios mismo suficiente para llenar el vacío, provee a nuestro alrededor personas que al igual que nosotros ansían dar y recibir afecto y aceptación.
Entonces ya no hay porqué sentirnos solos, tenemos un Dios que ha prometido estar con nosotros siempre. Entremos pues, a la presencia de Dios y sintamos cada momento su grata compañía.
Entonces ya no hay porqué sentirnos solos, tenemos un Dios que ha prometido estar con nosotros siempre. Entremos pues, a la presencia de Dios y sintamos cada momento su grata compañía.
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