Desde entonces el Espíritu Santo juega un papel importante en la vida del cristiano. Dios lleva a cabo Su propósito en la vida del creyente, a través del control del Espíritu.
El Espíritu Santo es el responsable de nuestro nuevo nacimiento. Es quien guía nuestras vidas. En Él se basa nuestra esperanza de resurrección. Es Él quien inspiró las Escrituras y por tanto por medio de Él es que podemos entenderlas. Oramos con su ayuda y testificamos con su poder. El Espíritu Santo vive en todo cristiano desde el momento en que éste recibe a Cristo. Sin embargo, Él no continúa controlando la vida en el sentido de la plenitud, a menos que queramos que lo haga y estemos dispuestos a obedecerlo.
Al servirnos un vaso de agua para tomar, nos aseguramos que el vaso está limpio, si no lo está, se perdería el agua. Así, Dios quiere llenarnos con su espíritu, pero… ¿Somos vasijas limpias?
Es necesario identificar las barreras que nos impiden ser llenos del Espíritu Santo y superarlas. Una razón clara por la que no somos dirigidos y controlados por el Espíritu es nuestra falta de conocimiento de la palabra de Dios y otra es no estar dispuestos a rendir nuestra voluntad al Señor. Si realmente deseamos ser llenos del Espíritu Santo debemos darle a Dios el control de nuestras vidas.
El cristiano se llena del Espíritu Santo por fe. Continúa estando lleno y controlado por fe. La evidencia se verá en que se está volviendo más semejante a Cristo será más fructífero como testigo del evangelio y experimentara verdadero gozo en su interior.
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