Siempre será una debilidad acongojarse y preocuparse, desconfiar y cavilar. ¿Qué provecho sacamos de esto? ¿Qué conseguimos con la duda y el enojo?
¿Acaso no nos incapacitamos para la acción y turbamos nuestro espíritu, de suerte que no seamos capaces de tomar una decisión prudente? Nos hundimos con nuestros esfuerzos cuando podríamos salir a flote por la fe.
¡Quien tuviera la gracia de permanecer tranquilo! ¿Por qué corremos de casa en casa para la contar la triste historia que nos aflige màs cada vez que la repetimos? Y si nos quedamos en nuestra casa ¿por qué lloramos angustiosamente pensando en cosas que tal vez no se realizarán? Bueno sería refrenar la lengua, pero mejor sería conservar el corazón tranquilo.
Vuelve, alma mía a tu reposo y reclina tu cabeza en el pecho de tu Señor Jesús.
-- CH Spurgeon.
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